“En el mar todo está muy claro y es muy simple, muy recto. Y esa simpleza de las cosas es lo que me gusta del mar”

[Por Carlos Molero]

El Museo Naval de Madrid acoge hasta mediados del mes de julio la exposición «Hombres de la mar, barcos de leyenda», cuyo comisario es el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1950). Resulta difícil no encontrar alguna referencia al mar en sus novelas y artículos de opinión. Tanto es así que algunos de éstos últimos dedicados al mundo del mar están recopilados en un libro titulado «Los barcos se pierden en tierra». En esta entrevista, nos habla de la exposición, de la inveterada tradición naval española y de todas aquellas cualidades que hacen del mar un lugar al que escapar de «las estupideces y las tonterías» de la tierra adentro. Qué duda cabe, tal y como él mismo tituló una de sus columnas allá por agosto de 2013, ante usted «está pasando un marino».

Pregunta.- ¿En qué consiste esta exposición «Hombres de la mar, barcos de leyenda»?

Respuesta.- Son once barcos emblemáticos, tanto reales como de ficción, desde la nave Argo de los argonautas hasta el Titanic y el Bismarck. Cada uno no es solo el barco, es su contexto, los barcos relacionados con él, cada uno es una puerta a un momento de la navegación.

Pregunta.- La exposición, ¿es una muestra de la conquista del mar por el hombre? ¿de su afán de superación? ¿es una narración histórica de la navegación?

Respuesta.- Cuenta la historia de la vinculación del hombre con el mar. La primera literatura de que tenemos noticia en Occidente habla de naves, de mar, del Mediterráneo. Y el mar, por ambición, por necesidad, por afán de conquista, por aventura, por mil razones está presente en la Historia del Hombre, ningún pueblo se explica sin el mar. Ahora ya tenemos automóviles, tenemos aviones y otros sistemas de comunicación, pero entonces era el mar el principal. El mar ha marcado siempre la Historia y la Memoria. La exposición es un recorrido por la historia y la memoria a través de esos once barcos emblemáticos.

«España es un país que ha vivido de espaldas al mar, y ha sido injusto con su propia memoria náutica»

Pregunta.- En la presentación de la exposición, dijo usted algo así como que cuando los ingleses estaban echándose a la mar, España había navegado ya todos los mares del mundo…

Respuesta.- España es un país que ha vivido de espaldas al mar, y ha sido injusto con su propia memoria náutica, marítima. Parece que los ingleses son los reyes del mar. De hecho, todas las películas, toda la literatura marítima tiene que ver con lo anglosajón; y sin embargo, cuando ellos eran todavía, digamos, pescadores de cercanías, los españoles navegaban ya por todo el mundo, habían dado la vuelta al mundo, navegaron el Atlántico, descubrieron América, el Mediterráneo era un mar nuestro… La historia de España está vinculadísima al mar, pero a diferencia de los anglosajones, España no ha sabido conservar su memoria ni ha sabido reconocer la deuda enorme que tenemos con el mar. Hemos dejado que otros países, con sus tradiciones marineras y sus historias, apaguen la nuestra, una historia que está ahí. Hay una cosa muy interesante, cuando estábamos intentando montar unos vídeos para esta exposición, hemos encontrado muchísimas películas anglosajonas de las que sacar material; pero españolas no había casi ninguna: «Cateto a babor», «Alba de América»… Es muy triste que, de toda la filmografía española, películas que merezcan la pena y que tengan que ver con el mar haya dos o tres nada más, nada más.

Pregunta.- ¿Los logros de qué marinos españoles están aún por recordar?

Respuesta.- La lista sería interminable. Si hubiera que hacer un monumento a cada marino español que ha sido decisivo en la navegación, en la guerra, en la exploración, no habría sitio suficiente en las ciudades españolas para sus estatuas. Elcano, Blas de Lezo, Churruca, Alcalá Galiano, los Pinzones… Pero no sólo capitanes, acuérdese de Cervantes, que combatió a bordo de la galera «Marquesa» en la batalla de Lepanto. O el famoso capitán Contreras, que tiene un derrotero extraordinario, donde cuenta todas las rutas interesantes del Mediterráneo. Y lo hizo con su propia experiencia náutica, y era un soldado de infantería. Pero como decía antes, España nunca ha prestado interés a esto, y hemos dejado que otros países se adueñen de la leyenda cuando nos corresponde una buena parte de ella.

Pregunta.- Por supuesto que el mar ha sido lugar de combate y de conflicto. ¿Qué hace singular, en su opinión, la lucha en el mar?

Respuesta.- Bueno, no sólo de combate, el mar ha sido también lugar de comercio, de aventura, de descubrimiento, de viaje… y de guerra también. Yo tengo una profunda admiración por los marinos, por cualquier tipo de marino. Pero si además han estado combatiendo, la admiración es doble, porque ya a la dureza del mar, al caos, a los temporales, al viento, al frío, a la incomodidad, al movimiento, a la incertidumbre, que ya es mucho -como sabe cualquier marino-, si a todo eso se le unen los cañonazos, las astillas, el combate, la guerra, la muerte, la mutilación… Eran hombres extraordinarios. Como digo siempre, eran barcos de madera, pero sin los hombres de hierro que los tripulaban no habrían sido nada. Y esos hombres de hierro fueron los que hicieron famosos a los barcos, fueron el alma de esos barcos.

Pregunta.- En alguna ocasión, ha hablado usted de los marinos que conoció en su infancia y su juventud en Cartagena. ¿Qué le llamaba la atención de ellos para que aún hoy permanezcan vivos en su memoria?

Respuesta.- Yo me he criado entre marinos, desde pequeño, tanto marinos de guerra como marinos mercantes, y entre lecturas del mar y relatos de marinos; con lo cual no podría decir una única característica, son muchas: su forma de ser, su manera de comportarse en tierra, un cierto «autismo» con respecto a las cosas de la tierra, una cierta inocencia o ingenuidad con respecto a esas cosas de la tierra, la diferencia de valores, ellos daban importancia a cosas a las que en tierra no se dan. Yo soy capitán de yate, paso mucho tiempo en el mar, tengo un velero y navego, y entiendo lo que ellos sentían porque es verdad que cuando estoy navegando, mar adentro, enfrentado a los problemas de la navegación, no tienes tiempo de pensar en cosas que quedan en tierra. El mar es tan absorbente, tan intenso, que requiere todo tu interés, toda tu atención y eso hace que en el mar la gente sea diferente. Los marinos son la gente a la que más respeto del mundo; pero no los marinos antiguos, sino también a los de ahora. Para mí un marino tiene un plus de respeto por el hecho de ser marino.

«Para mí un marino tiene un plus de respeto por el hecho de ser marino»

Pregunta.- Suena como a una especie de religión…

Respuesta.- Bueno, quizás eso sea sublimarlo mucho. El mar tiene una cosa importantísima, y es que hay unas reglas muy precisas, que si no las cumples, mueres. Incluso aunque las cumplas, puedes morir. En el mar no hay tonterías, no puedes engañar. El que es marino es marino, y el que no lo es, no lo es. En mitad de un temporal, o en medio de una noche oscura sin instrumentos, tienes que orientarte y llegar a un puerto. Y o eres marino o no lo eres. Ahí no vale el dinero, ni lo charlatán que seas, ahí no puedes comprar tu supervivencia ni tu experiencia. El mar es la prueba del algodón definitiva, el que está allí es porque es capaz de estar y el que no, muere. Y aún así, incluso sabiendo mucho, mueres también. Como dice Justin Scott en el mejor libro de aventuras de mar moderno que se ha escrito, que es «El Cazador de barcos», «en el mar puedes hacerlo todo bien y aún así, el mar te matará; pero si eres un buen marino, tendrás la satisfacción de, al menos, saber en qué latitud y longitud el mar te mata».

Pregunta.- ¿Qué encuentra en el mar que eche de menos en tierra?

Respuesta.- Las reglas. El mar exige un cumplimiento estricto de las reglas. El mar no perdona la indisciplina, no perdona la distracción, no perdona nada, es implacable. Yo soy capitán de yate, soy el patrón de mi barco. Con un amigo, con un familiar puedo discutir en tierra, decidir qué hacemos o qué no hacemos, pedir opinión: pero en el mar no, en el mar yo decido, no hay posibilidad de discutir, en el mar no existe la democracia. En el mar, es la cadena de mando, hay un patrón que manda y hay que obedecer, se equivoque o no. En el mar todo está muy claro y es muy simple, muy recto. Y esa simpleza de las cosas, esa preminencia de las reglas es lo que me gusta del mar. El mar es un lugar muy peligroso que tiene unas reglas implacables, es la realidad. Y también por eso me gusta el mar, porque no cualquiera puede estar allí.

«En mi barco, ni se grita ni se discute ni se corre»

Pregunta.- Si cierra los ojos y evoca el mar, ¿qué se le viene a la cabeza?

Respuesta.- La tierra lejos. Cuando voy navegando y pongo rumbo perpendicular a la costa y pierdo de vista la tierra, siento que he entrado en una dimensión diferente y mucho más agradable. Las estupideces, la demagogia, las tonterías, las imprecisiones de tierra firme quedan atrás, y en el mar solamente estás tú, tu responsabilidad, tu barco y las reglas. Y con un buen barco y con las reglas puedes dar la vuelta al mundo, navegar eternamente. Y eso está muy bien.

Pregunta.- ¿Es por tanto un marino solitario el último reducto de la libertad?

Respuesta.- Sí, pero no tiene por qué ser solitario, todo es cuestión de con quién navegues, ¿no? Una tripulación silenciosa es más útil que un navegante solitario, que tiene que dormir, tiene que descansar. Una tripulación de gente disciplinada y silenciosa a bordo es incluso mejor, porque puedes descansar y dejar en sus manos el gobierno del barco. Cuando haces un viaje largo y tienes que navegar noche y día y tienes que hacer guardias, ir con gente competente a bordo, gente a la que conoces, que sabes que va a hacer sus cuatro horas de guardia con disciplina, con rigor y con vigilancia, te permite irte a dormir tranquilo. No, no, a mí me gusta llevar tripulación, pero tripulaciones silenciosas y disciplinadas. Como digo siempre, en mi barco ni se grita ni se discute ni se corre.

«El mar continuamente te está dando la oportunidad de vivir una aventura racional, meditada, experimentada y calculada”»

Pregunta.- En un mundo tecnológico como el de hoy día, lleno de GPS, satélites, infrarrojos, ¿queda aún sitio para la aventura en el mar?

Respuesta.- Sí, sí queda, sí. Porque incluso con tecnología, si tú estás navegando en el canal de la Mancha o en el estrecho de Mesina y el tráfico de mercantes te tiene en vilo toda la noche, ahí no hay tecnología que valga. Sí, la radio, el radar y el AIS para detectarlos, pero sigue siendo tu decisión personal, tu experiencia, tu pericia marinera las que te permiten navegar. Y además, de vez en cuando, los aparatos se van al diablo, se estropean las baterías, el GPS; y entonces, te encuentras en la mar y tienes las estrellas, el compás y tus conocimientos para navegar por estima. El mar continuamente te está dando la oportunidad, no de vivir una aventura estúpida, sino una aventura racional, meditada, experimentada y calculada.

Pregunta.- Esto del navegar, ¿se está convirtiendo en algo masificado, como el volar en avión?

Respuesta.- Bueno, está masificado si uno se va a Benidorm o a Mallorca, pero si estás en mitad del invierno -yo navego todo el año- en el golfo de León con un viento de treinta nudos, o estás navegando de noche entre Cerdeña e Italia o en las Islas Eólicas, eso no está masificado en absoluto. La cuestión es buscar los sitios que no están masificados. Le pongo un ejemplo, si se fondea en Los Trocados de Formentera en el mes de agosto, ahí hay cientos de barcos fondeados; en el mes de enero, yo he estado fondeado allí solo tres días, todo aquel magnífico fondeadero sólo para mí. Todo es cuestión de elegir el momento y yo tengo la ventaja, por mi trabajo, de poder elegir. No dependo de vacaciones, soy mi propio jefe y cuando quiero, me voy a navegar. Cuando estoy muy cansado de trabajar, me voy unos días y puedo elegir épocas que no están muy masificadas. Ahí soy muy afortunado.

Pregunta.- Se cruzará, mientras navega, con grandes cruceros, de 300 metros de eslora y con cuatro mil personas a bordo. ¿Qué piensa cuando los ve?

Respuesta.- Me los cruzo, sí. Pienso que son hoteles a flote, que no están dirigidos por marinos, sino por una especie de sindicato de camareros y de animadores, y son lugares peligrosos, precisamente por eso. No me inspiran confianza.

Pregunta.- ¿Y tristeza?

Respuesta.- No, no me entristecen, el mundo es así. Como tampoco me entristecen los rascacielos. Ahora bien, no es la idea que yo tengo del mar ni de los marinos, y el «Costa Concordia» lo demostró

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