«España está en
una encrucijada de
desestructuración»
A Albert Boadella (Barcelona, 1943) se le conoce sobre todo por sus obras teatrales, pero la sorpresa es extraordinaria cuando, al charlar con él, se descubre a un auténtico catalán, a la vez que a un gran español, que tiene las ideas muy claras tanto en lo cultural como en lo histórico. Para él, que se define como «escéptico positivo», el nacionalismo es una ficción, un alejamiento de la realidad, movimiento que surge siempre que el Estado nacional no es fuerte. Respecto a los partidos políticos, considera que la izquierda es la abogada del nacionalismo y que la derecha está llena de complejos. Opina que en este momento el problema esencial de España, incluso el económico, está en el sistema autonómico. En fin, en tiempos de crisis, de recortes, de copagos y demás noticias poco estimulantes, dialogar con este hombre, en su sobrio despacho de director de los Teatros del Canal, en Madrid, es un auténtico lujo. Pregunta.- El protagonista de la obra Amadeu, sobre la vida del compositor Amadeo Vives, termina su obra diciendo que no hay nada más español que un catalán. ¿En qué basa tan provocadora afirmación? Históricamente esto es así, a partir de la Marca Hispánica, a partir de los cántabros, de la Reconquista. La participación de lo que era en aquel momento la gente que vivía en aquel rincón del Mediterráneo fue decisiva. Creo que desde el punto de vista personal, artístico, industrial, comercial… los catalanes han contribuido plenamente a la formación de España, no solamente en el sentido muchas veces positivo, sino como sucede con las mejores familias, a veces en el negativo. Nos hemos peleado mucho, y es en este sentido en el que los catalanes han colocado una huella muy importante en lo que es España.
“Soy un escéptico positivo”
P.- Representan ustedes también El Nacional con Els Joglars, obra en la que llaman la atención sobre la nueva cultura de grandes auditorios y teatros, pero obras vacías de contenido y de crítica. ¿Cree que vivimos un mundo falso, una ficción de libertad?
R.- Hay una paradoja extraordinaria. Sobre el papel, nunca habíamos tenido tanta libertad. La Constitución española es una Constitución libre, abierta, de las más libres de los países de nuestro entorno, pero los ciudadanos no ejercen esta libertad. En el fondo, no es que haya censura, pero sí una sensación de que no te puedes salir de la foto general. Y si te sales de ella, no te censurarán, no te meterán en la cárcel como en la época de la dictadura, pero tendrás problemas. Si a esto añadimos que nos hemos encontrado con una sociedad de bienestar, que en el fondo ha creado cantidades ingentes de niños mimados, pues la consecuencia es que no existe el espíritu luchador, el de enfrentarse a las dificultades que habíamos tenido otras generaciones. Ahora resulta que nos hemos vuelto más obedientes que nunca, teniendo las mayores posibilidades de no serlo tanto.
P.- Y usted que precisamente no ha sido tan obediente y que ha sido políticamente incorrecto, ¿qué precio ha tenido que pagar por ir a contracorriente, que es como van los valientes?
R.- El precio y las compensaciones, hay de todo. Si no hubieran sido mayores las compensaciones, quizás no hubiera pagado el precio. Las compensaciones son muy altas. Uno puede decir y hacer lo que piensa con toda tranquilidad y se encuentra, además, con gente con la que conecta. Es una minoría, sí, pero muy importante. El precio más concreto para mí ha sido el de Cataluña. Mi enfrentamiento con mi propia tribu ha tenido como consecuencia que he sido colocado como un traidor a la causa. No sólo por los políticos, sino por los propios medios de comunicación catalanes, que son muy responsables de lo que allí ha sucedido, porque son medios obedientes, pagados y financiados por el Poder. ¡Me río yo de los periódicos del Movimiento Nacional que había en la época de la Dictadura, al lado del conjunto de medios catalanes!
P.- ¿Es este ir contracorriente, esta lucha por la libertad, lo que inspira su creación teatral?
R.- Yo siempre me he encontrado que mi oficio ha tirado más de mí, más que mis propias ideas. Eso de que el hábito hace al monje, en mi caso, es exacto, porque yo no iba de monje. Iba, como la mayor parte de mis colegas de oficio, a exhibirme en escena. El exhibicionismo natural de los faranduleros, a la fama, al éxito, así era en mis inicios. Y ha sido la propia historia de mi oficio la que ha tirado de mí, esos Aristófanes, Plauto, Moliere, toda esa gente que tengo detrás, que han hecho ese contrapeso. Muchas veces he hecho cosas de las que he pensado: «¿Dios mío, por qué lo hago?, si vamos a tener problemas por todos lados». Pero es mi oficio el que me lleva a ello.
P.- Estima usted que en el teatro actual, está perdiendo vigencia la crítica, esa forma de espabilar conciencias.
R.- Yo creo que ocurre una cosa muy curiosa, y es que la gente, en una época en que podría tener la versión de los acontecimientos y las formas más auténticas, detesta la realidad. La gente quiere ficción, pero no la ficción teatral, que lleva a la realidad más profunda. Incluso en el propio teatro, la gente prefiere el musical, o determinadas comedias ligeras, que penetrar en otras cosas que les obligan a tener un cierto planteamiento sobre diversos aspectos de la vida que, a lo mejor, no les son cómodos. Yo entiendo que la ficción es una cosa muy agradable y muy cómoda en la vida; vivir de ficción es fantástico, porque nunca eres responsable de nada, siempre son los demás, pero claro, entonces caen palos y la gente no sabe de dónde le caen. Esa ficción es la que incluso lleva al nacionalismo. El propio nacionalismo es una ficción, es un alejamiento de la realidad.
P.- Es muy crítico con el nacionalismo y opina que la guerra contra él está definitivamente perdida, ¿no es optimista con algo que nos salve de esta debacle a la que nos lleva el nacionalismo?
R.- No, yo soy muy optimista en muchas cosas. Yo soy un escéptico positivo. Si no lo fuera, dejaría de hacer lo que hago. Creo que la vida tiene muchas posibilidades, hemos llegado en aspectos científicos y del conocimiento a cotas muy altas, se han conseguido cosas muy importantes en el último siglo, las propias mujeres tienen hoy en día un trato que era impensable hace 80 años, yo creo que la vida desde muchos puntos de vista tiene grandes mejoras. Hay pérdidas, y es lo que hay que vigilar, que se pierden cosas en el camino que pueden ser esenciales.
«Pintar militares hoy
día no deja de ser
una posición heroica»«El mundo laico no ha
sido capaz de sustituir
los valores cristianos»
P.- ¿Y qué es ese algo esencial que se está perdiendo?
R.- Yo creo que se ha perdido básicamente una cierta moral. Una moral que, queramos o no, la tenemos en la tradición cristiana. No hay duda de que por decreto, de hoy para mañana, no se puede borrar la tradición cristiana, muy importante para tener una estructura social de contención de la barbarie o, digamos, de la jungla en la cual el hombre sin moral viviría. El mundo laico, por así decirlo, no ha sustituido estos valores del cristianismo. En España, se ha querido borrar toda esa tradición cristiana, pero sin sustituirla por algo, y creo que aquí es donde España está en una encrucijada de desestructuración. Hay pocos lugares de España que estén estructurados. Andalucía, por ejemplo, es un lugar que tiene una estructura social. ¿Por qué? Porque sus tradiciones, incluso las religiosas, son muy importantes. Y eso mantiene una cierta cohesión social. Creo que España está en esa encrucijada y por eso, nos da la sensación de que se desmorona un poco todo. Además de la crisis material, hay otra crisis fundamental que está en la desorientación sobre nosotros como individuos, es una especie de desmadre general. Yo conozco bien la sociedad francesa y esto no lo encuentro tanto en Francia, porque está más estructurada. La Revolución Francesa fue un desastre, pero creó un clima humanístico muy importante.
P.- ¿Cree que el radicalismo con que se abordan muchos temas del ser español puede fomentar el nacionalismo?
R.- Hay que pensar que el tema nacionalista, especialmente secesionista, siempre ha surgido en épocas de crisis del Estado nacional. En el momento en que el Estado Nacional no ha sido fuerte, surge el nacionalismo. Por ejemplo, en 1898 arranca en Cataluña lo que llamamos la Renaixensa, el renacimiento de toda la idea catalanista que había desaparecido, porque pasaron más de cien años en que los catalanes no hicieron ninguna reivindicación y estaban tan españolizados como el resto de los ciudadanos. Pero se vuelve a inventar la situación por la pérdida de las colonias, hay una crisis muy profunda, que se vuelve a vivir después de la dictadura de Primo de Rivera, y de nuevo después del Franquismo; es decir, siempre que hay una crisis fuerte del Estado español, el nacionalismo toma alas.
P.- ¿Está tomando ahora demasiadas alas el nacionalismo?
R.- Esas alas se las ha dado el propio Estado español. La izquierda en España ha hecho una cosa insólita y es que se ha convertido en la abogada del nacionalismo. Una idea que, teóricamente, es universalista, diríamos de romper con las barreras y fronteras entre los hombres –por lo menos así lo tienen en «La internacional»–, se ha vuelto medievalista, de volver otra vez a montar una Europa de lo que antes llamaban los malos usos feudales, del tribalismo. Yo creo que el nacionalismo ha encontrado alas, especialmente en la izquierda, y una vez se le han dado alas, a ver quién para eso.
P.- Pero es que a veces, también la derecha, por complejo, le ha dado esas alas…
R.- La derecha en España, desde la muerte de Franco, ha sido una constante de complejos. Para no querer parecerse al pasado ha actuado, no por propio convencimiento, sino por el «qué dirán» o por lo que pensarán de ellos. Y eso ha sido fatal, porque la derecha no ha defendido una posición nacional, de España como nación razonable, sin un centralismo exacerbado. Sin duda alguna, la derecha debería haber colocado unas líneas rojas, y no lo ha hecho. Por ejemplo, la derecha no está por una educación absolutamente igualitaria en toda España y esto es un fallo enorme.
P.- ¿Y cómo ve usted, desde Madrid, el panorama cultural de Cataluña, usted que es un hombre profundamente catalán?
R.- Cataluña pasó una fase muy brillante, entre los años 60 y 80, en la que Barcelona era una ciudad con unas tendencias mucho más abiertas, incluso en aquel momento, que Madrid, donde florecían determinados movimientos culturales, había una gran aceptación de todo, viniera de donde viniera. A partir del momento en que se inicia el gobierno nacionalista, eso va desapareciendo y hay un camino hacia el pensamiento único, hecho de una forma muy astuta. Si hubiera sido hecho en forma de dictadura, una dictadura acaba generando anticuerpos; pero no, allí se ha hecho con guante blanco, sin que nadie se diera cuenta, trabajando a través de la Educación, contaminando unas jóvenes generaciones hacia todo este ideario. Y entonces, claro, todo lo que no cuadra en esta especie de régimen catalán, es rápidamente rebotado. ¿Consecuencia? Que mucha gente se ha marchado de Cataluña, que en el fondo todos los que no están en la sopa boba general, pues son rebotados. En Cataluña, si no está en los principios fundamentales, el mundo de la Cultura se queda aislado, marginado. Por el contrario, Madrid no ha tenido ésto, ha tenido todo tipo de gente, nadie te pregunta dónde vas. E incluso desde el punto de vista político, no se busca un pensamiento único, sino que hay distintos frentes ideológicos, que permiten también muestras muy distintas.
P.- En el mismo plano que está usted, se encuentra Augusto Ferrer-Dalmau, que también va contra corriente. ¿Qué opina usted de su pintura?
R.- Si hoy vemos lo que está de moda, lo que en el fondo el poder ha promocionado, vemos que Augusto está en las antípodas. Se han ido colocando una serie de vocablos engañosos: la vanguardia, la modernidad, lo contemporáneo… Pueden ser términos publicitarios, pero que no se corresponden para nada con la realidad. Primero, vanguardia. Cuando alguien dice «yo hago arte de vanguardia », es de una ignorancia total, porque ¿cómo puede uno saber si es de vanguardia, si no tiene doscientos años de retroceso? Si no estás muerto, tu arte es contemporáneo. Ferrer-Dalmau hace arte contemporáneo, como lo hizo hasta ahora el señor Tapies, o cualquier otro pintor. Pero hay un enorme engaño, que proviene de finales de la Segunda Guerra Mundial. Se ha promocionado todo lo que rompe con lo que se podía entender como unos cánones naturales de la belleza: el «feísmo ». Lo único que se busca es la novedad compulsiva. Sólo hay que ir al museo Reina Sofía, las tres cuartas partes de lo que se ve son expresiones anteriores a Altamira, como si realmente el individuo y la pintura no hubieran evolucionado. Entonces, claro, cuando hay alguien que hace algo que no está en este camino, se convierte en revolucionario. Alguien que hoy pinta un paisaje tal cual lo ve, este hombre tiene una posición heroica. Y pintar militares pues no deja de ser una posición heroica.
P.- Ambos han tenido que dejar su tierra por las presiones nacionalistas. Para usted, ¿esto es motivo de tristeza, de amargura, de liberación?
R.- Desde un punto de vista frío, mental, cuando pienso que uno no puede pasearse tranquilamente por las ciudades o pueblos de allí sin que le llamen fascista, o traidor, o colaboracionista, pues tristeza, sí. Desde un punto de vista sentimental, me he sentido enormemente liberado y he tenido la gran felicidad de abandonar una mochila que me pesaba una barbaridad. Una mochila de sentimentalismos, de tonterías, de contradicciones, de esquizofrenias, eso de «soy más catalán que español», todas esas tonterías, las he dejado por el camino. Y la verdad, es que venir a Madrid, para mí ha sido formidable, me encuentro enormemente a gusto en esta ciudad. Sólo tengo un problema, que yo no soy un hombre de ciudad y necesito el campo. De cuando en cuando me voy a mi pueblo, en el Ampurdán, en contacto con una naturaleza bella y generosa. Yo he cortado de raíz, incluso los sentimientos con aquella región, y he tratado de cortar para no volverme paranoico, para no pensar que constantemente me están haciendo cosas negativas. He cortado, y ha sido para mi una de las grandes liberaciones de mi vida. He lamentado no haberlo hecho unos años antes.
Quiero resaltar también, que estoy muy a gusto aquí, con la paradoja de que la Comunidad de Madrid, pone a dirigir sus teatros a un catalán, de que hace muy poco tiempo el consejero de Cultura, que era Santiago Fisas, era catalán, de que la actual directora general de Museos y Bibliotecas de la Comunidad de Madrid, Isabel Rosell, es catalana, y eso en Cataluña es impensable. Solamente esta imagen ya demuestra el catetismo o la idea cosmopolita que tiene el nacionalismo catalán. Si pensara que el nacionalismo o el secesionismo catalán iban a aportar al conjunto de la tierra en la que nací, cosas muy positivas en lo cultural, en lo humanístico, en lo comercial… yo sería nacionalista. El mundo no funciona con el medievalismo que Cataluña intenta siempre imponernos.
“En el Arte, se ha promocionado
todo lo que ha roto con los
cánones de Belleza”