“Yo jamás me indigno por nada, jamás me enfado, no sé lo que es enfadarse. Indignarse no sirve para nada, porque indignarse no arregla las cosas y lo estás pasando mucho peor de lo que la cosa en sí te lo hace pasar, porque, además de lo mala que pueda ser la cosa en sí, estás indignado y el estado de indignación es un estado patológico. Y eso, somáticamente, pasa factura”

[José Ignacio Sánchez]

Aunque se declara un hombre tranquilo, lleva una vida trepidante, en la que continuamente aborda nuevos proyectos y trabajos. Eso mantiene en plena forma a este hombre, de amplia sonrisa, que se declara joven porque nació joven. Es Fernando Sánchez Dragó para el que este país ya no merece el título de «España Mágica»

Pregunta.-Usted se ha presentado en alguna ocasión como un hombre humilde y errante, escritor y viajero. ¿Qué imagen cree que proyecta al público y qué imagen le gustaría proyectar?

Respuesta.- Para mí el público no existe, me da exactamente igual, soy absolutamente indiferente al elogio y al denuesto. A mí la opinión de la gente me trae absolutamente al fresco, toda mi vida. El qué dirán no me importa. No escribo para que me lean. Si me leen, muchas gracias, y, si lo que leen les gusta, me pongo contento, a nadie le amarga un dulce. Pero yo no escribo para que me lean, ni para hacerme rico, ni para convencer a nadie. Escribir es una vocación, no es una profesión, y es algo que yo haría aunque estuviera en una isla desierta. Jamás me ha inquietado lo más mínimo la opinión ajena, no quiero arrojar ninguna imagen. Quiero que se olviden de mí, quiero que no me conozcan. En mi casa de Castilfrío hay dos azulejos que dicen. «Visita no acordada, visita no deseada» y otro que recoge un verso de Miguel Hernández: «Yo solo soy yo cuando estoy solo». Ni pregunto cuántos ejemplares tiran de mis libros, ni pregunto cuántos se venden. Me interesa en muy escasa medida, en la medida en que me puede ayudar a escribir más libros, porque me dé algo de dinero. Solo eso.

«Escribir es una vocación, no es una profesión, y es algo que yo haría aunque estuviera en una isla desierta.«

Pregunta.- Como viajero, ¿qué viaje ha marcado su vida?

Respuesta.- Todos. Mi vida está hecha de viajes. Mucha gente cree que paso mucho tiempo en España, porque me ve aparecer por la radio, por la televisión, en programas que dejo grabados. Pero me paso siete u ocho meses fuera de España cada año. Mi primer viaje lo hice cuando tenía un año de edad y fue sumamente peligroso. Mi madre se escapó del Madrid de las checas; acabamos atravesando el Mediterráneo en una avioneta de los servicios aéreos franceses y en una avioneta a Melilla y, desde allí, en un buque de guerra, bombardeado por la aviación republicana, hasta Cádiz. Y luego en un barco que costeaba el litoral portugués, hasta Vigo y Ferrol, donde pasamos el resto de la guerra. Aquel viaje me marcó. No lo recuerdo de forma directa, solo fogonazos, pero sí recuerdo lo que me han ido contando mi madre y otros miembros de la familia sobre aquel viaje, y he escrito mucho sobre aquel viaje. Ya aquel viaje me marcó, como cuando, a los quince años, me dedicaba a recorrer Castilla con una manta, una bota de vino y cinco duros de mi familia. Y la recorría a pie, de convento en convento, de cuneta en cuneta, de aldea en aldea; comprándome un filete en la carnicería de un pueblo y buscándome una viejecita que me lo friera por una peseta. Yo creo que la España Mágica, mi Gárgoris y Habidis, nació en aquellos viajes. Y en el momento en que, en 1967, yo salgo del habitáculo occidental y llego a Oriente, a Bombay, a la India, a Japón, a toda Asia, ese viaje es la columna vertebral de mi vida y continuamente vuelvo a él en mis libros. Pero un viaje escandaloso que me haya marcado mucho más que todos los demás han sido los viajes que he llevado a cabo con las sustancias enteogénicas. Ese tipo de viajes enteogénicos, en la medida en que son viajes al fondo de la conciencia, incluso de la subconsciencia e inconsciencia colectiva, son los viajes que más me han marcado.

Pregunta.- ¿Se ha mordido la lengua alguna vez y después se ha arrepentido especialmente por ello?

Respuesta.- La verdad es que me he mordido la lengua muy pocas veces. Más bien me he arrepentido de las escasísimas veces en las que sí me he mordido la lengua. Nunca hay que morderse la lengua, hace daño. Y, además, no pasa nada. Yo digo muchas cosas que casi nadie se atrevería a decir. Lo digo porque las pienso, no por provocar. Me molesta mucho que me llamen provocador, es lo único que me molesta. Me pueden llamar lo que sea, pero, que me llamen provocador me molesta, porque un provocador es un impostor, falsifica su modo de pensar para inducir una reacción en el interlocutor. No es mi caso, aunque sí me he dado cuenta, a lo largo de la vida, que mis ideas resultan provocadoras. Desde siempre, desde que era niño.

«Hemos pasado de la España mágica, a la España trágica, que fue la de la Guerra Civil.»

Pregunta.- ¿Qué experiencia de las que ha vivido profesionalmente eliminaría si pudiera?

Respuesta.- De mi vida profesional eliminaría todo lo que sea televisión. Todo. Lo de la televisión, en mi caso, es una condena kármica. Algo debí hacer mal en mi vida anterior, que me condena. Yo llevo 38 años haciendo programas de televisión y yo detesto la televisión. No me gusta hacer televisión, no veo televisión, no me interesa la televisión. La llamo «el maligno instalado en el cuarto de estar de todos los domicilios». Y, sin embargo, soy un plusmarquista: no veo que nadie haya hecho 38 años prácticamente seguidos de televisión, como los llevo haciendo yo. Eso sí, tengo que matizar: una cosa son los programas de libros, que son la mayor parte de lo que hecho, y otra cosa son el resto de los programas. Por una parte, no me gusta hacer televisión, pero sí me gusta hablar de literatura y con otros escritores. Y sí me gusta esa sensación, que he tenido a lo largo de todos estos lustros, de que estaba poniendo una gotita de dignidad en un medio absolutamente indigno, por lo general, como es el de la televisión, y que estaba ayudando a gente a descubrir libros y a convertirse en lectores.

Pregunta.- ¿Hay alguien a quien le gustaría haber entrevistado y le ha dicho no?

Respuesta.- Sí, y además eso lo respeto mucho. Una persona que decide no salir en televisión me parece que es una persona sumamente digna. Por ejemplo, García Márquez no va nunca a televisión. Se ha visto en algún reportaje, pero no en una entrevista en directo. Javier Marías tampoco va a televisión. Yo eso lo respeto mucho. Sí, son personas que me han dicho que no.

Pregunta.- ¿Existe algún tema en la actualidad con el que usted esté especialmente indignado?

Respuesta.- No, eso es imposible, porque mi filosofía es, precisamente, la de Epicuro, la de los estoicos y la de Diógenes: la sabiduría consiste en no indignarse nunca por nada. Mi filosofía es la de la resignación. Donde escribo tengo clavada con una chincheta una frase de un filósofo presocrático que es mi frase favorita: «Nada importa, nada». Si tú estás bien contigo mismo, no hay razón para indignarse. Yo jamás me indigno por nada, jamás me enfado, no sé lo que es enfadarse. Indignarse no sirve para nada, porque indignarse no arregla las cosas y lo estás pasando mucho peor de lo que la cosa en sí te lo hace pasar, porque, además de lo mala que pueda ser la cosa en sí, estás indignado y el estado de indignación es un estado patológico. Y eso, somáticamente, pasa factura.

Pregunta.- ¿España es un enigma por definición? ¿En qué se diferencia de otros países europeos?

Respuesta.-Yo he acuñado veintiún topónimos en los últimos tiempos para hablar de lo que antes llamábamos España: asnalfabética, caconia, abundia… Parafraseando a José Antonio, que decía «una unidad de destino en lo universal», yo digo que es «una unidad de destino en lo infernal». España es un país dejado de la mano de Dios, que siempre ha estado en el furgón de cola y ahora vuelve a estar en el furgón de cola. Y eso no es una casualidad. Mi definición de España es «fiesta, siesta e Iniesta». Con eso no llegamos muy lejos. El español en lo único que piensa es en divertirse. Todos los países tienen lo que se merecen. El problema de España es la crisis. ¿Quién tiene la culpa de la crisis? Los políticos, los bancos, la Bolsa, los indignados. Todos son españoles. La culpa de la crisis es de los españoles.

Pregunta.- ¿Hemos perdido la esencia mágica de España?

Respuesta.- Quizá no ha existido nunca, pero, si existió, la hemos perdido por completo. Hemos pasado de la España mágica, a la España trágica, que fue la de la Guerra Civil. Y el espíritu de la Guerra Civil en este país cainita, de envidiosos recalcitrantes, sigue vivo. Y ahora hemos llegado a la apoteosis, que es la España hortera, de mal gusto, zafia, de la telebasura. Esa es la España que tenemos. Es una España plebeya. En España no hay pueblo. Lo hubo, y yo conocí una España en la que hubo pueblo. Y la diferencia entre la plebe y el pueblo tiene un nombre claro y se llama educación. En España no hay gente educada, el pueblo se ha transformado unánimemente en plebe. Solo la educación podrá salvarnos y ¡anda, que vaya educación tenemos!

Pregunta.- ¿Cómo es un día en la vida de Sánchez Dragó?

Respuesta.- Precisamente uno de mis lemas en la vida es el que recoge Carlos Castaneda en sus libros: un hombre de conocimiento tiene que romper rutinas, carecer de costumbres. Procuro no tener rutinas. Los chamanes dicen que hay que procurar vivir como vivirías el último minuto de tu existencia, en caso de que supieras que, efectivamente, es el último minuto. Procuro vivir así, procuro no saber nunca lo que va a pasar en el minuto siguiente, voy organizando mi vida con cinco minutos de antelación. No tengo rutinas.

Pregunta.- ¿Qué le gustaría preguntarle usted o saber de Sánchez Dragó si no fuese usted Sánchez Dragó?

Respuesta.- Toda la tentativa de cuanto he hecho en mi vida es conocerme a mí mismo. Es la tarea fundamental del ser humano, aunque la mayor parte de los seres humanos ni siquiera acometen esa tarea. Pasan como marmolillos por la vida, terminan jubilándose y jugando al tute en la taberna. Yo creo que la persona que se conoce a sí misma, puede ser fiel a sí misma. Puede averiguar para qué ha nacido, lo que puede, debe y quiere hacer. Y la suma de esos tres verbos arroja siempre el mismo dividendo: conciencia tranquila, de libertad. Cuanto más conozca de mí mismo, mejor. Me he pasado la vida entera intentando conocerme a mí mismo.

Pregunta.- De no haber sido usted Sánchez Dragó, ¿en la piel de quién le gustaría haberse metido?

Respuesta.- Desde luego, en la piel de una mujer. Si hay reencarnación, me gustaría reencarnarme en mujer. En primer lugar, porque tengo curiosidad. Llevo 76 años siendo varón. Suelo decir que soy el hombre más femenino de España. El lado femenino me interesa muchísimo. Yo creo que el ser humano completo es la suma del yin y el yang, de lo masculino y lo femenino; que todo varón que solo sea varón y que toda mujer que sea solo mujer está cortado por la mitad. Me gustaría ser una mujer. 

Pregunta.- ¿Qué clase de mujer?

Respuesta.- Guapa, indecente, me gustan las mujeres libres, que son leales pero no fieles. Me gustaría haber sido ese tipo de mujer. Confío en serlo en alguna reencarnación. Yo he fantaseado mucho a lo largo de mi vida con ser mujer y sigo fantaseando. Para mí el sexo ha sido muy importante y lo sigue siendo. Todos tenemos un pecado capital y qué duda que el pecado capital que domina en mí es la lujuria. No tengo otros pecados capitales. Un pecado capital está bien, porque te da energía. Es una poderosa corriente de energía que te puede llevar muy lejos, que te puede meter en muchos líos y quebraderos de cabeza, como, de hecho, la lujuria me ha metido a mí. Pero, al mismo tiempo, ha sido la cuerda del arco de la ballesta de mi vida y, desde ese punto de vista, yo siempre he tenido envidia de la lujuria de las mujeres. Tengo esa envidia, me gustaría ser una mujer para experimentarlo.

Pregunta.- ¿Qué es usted más, periodista o escritor? ¿Con qué se quedaría de cada una de esas facetas?

Respuesta.- Yo, fundamentalmente, soy un escritor. Soy un escritor que escribe en la prensa, o soy un escritor que hace un programa de televisión. Yo no soy un presentador de programas de televisión. Mi padre era periodista, gran periodista, el periodista más brillante de su generación, aunque truncaron su carrera a los 27 años. En aquel momento, dirigía ya, entre otras cosas, tres agencias de prensa. Poco a poco, a lo largo de mi vida, inevitablemente, porque todos nos parecemos a nuestros padres, me he ido convirtiendo, además de ser escritor, que es lo que siempre he querido ser, en periodista. Me resistía un poco, porque pensaba que el periodismo podía desviarme de mi vocación de escritor, no era en realidad así, eran compatibles. La primera vez que yo publico artículos en prensa escrita es cuando me voy a Japón. Hasta ese momento había sido periodista sobre todo de radio. Cuando me voy a Japón, escribo una larga serie de artículos sobre este país, y mi amigo y marido de Carmen Laforet, me invita a colaborar en «El Alcázar», que se convirtió en el periódico más abierto de España. Me propuso colaborar como corresponsal en Asia. Al estar exiliado y reclamado por la justicia, como condición, me puso buscarme un seudónimo, porque estaba en busca y captura y no podía firmar con mi nombre. Tienes que buscarte un seudónimo y qué mejor que ponerme el de mi padre: Fernando Sánchez Monreal. Los primeros artículos míos en la prensa aparecieron con el nombre de mi padre, que, de ese modo, volvía a aparecer en un periódico español después del paro propiciado por la Guerra Civil y la posguerra. Era inevitable, era ley de sangre, era ley de vida. Tenía que ser así.

«Yo me defino como Baroja, hombre humilde y errante, viajero y escritor»

Pregunta.- ¿A quién admira Sánchez Dragó?

Respuesta.- Yo admiro a mucha gente, gran parte de esa gente son desconocidos. Y admiro a muchísimos artistas, escritores. Yo, desde pequeño, he sido el Principito que todo lo aprendió en los libros. He leído, a lo largo de mi vida, 30.000 libros. Tengo la que, quizá, sea la biblioteca privada más grande del mundo, alrededor de 110.000 ejemplares. Las personas que yo más admiro son escritores, aventureros, descubridores. En el 500 aniversario del descubrimiento del Pacífico he descubierto a Vasco Núñez de Balboa, persona acerca de la cual yo sabía poquito. Ahora me he metido a fondo en esa persona y me he quedado anonadado por la intensidad humana, el valor, el arrojo, el ímpetu y, al mismo tiempo, por las contradicciones, por las luces y sombras, por los claroscuros de este individuo. Es la última persona que me suscita admiración, pero hay muchas otras. La persona que más admiro yo es Diógenes, el filósofo cínico, que vivía desnudo en un barril, que nunca quiso riqueza ni propiedad alguna y que, cuando Alejandro Magno le ofreció lo que quisiera, le dijo: «Lo único que te pido es que no me quites el sol». Es el gesto de mayor dignidad de la historia de la humanidad.

Pregunta.- ¿Le queda algo por hacer a Sánchez Dragó?

Respuesta.- He subido en globo y todas esas cosas las he hecho. En cambio, mi obra literaria es una cadena de anillos eslabonados, en la que todos los anillos salen del anterior. En esa cadena faltan todavía bastantes anillos y, además, pretendo irme del globo terráqueo habiéndolo visto todo y, aunque he visitado 100 países a fondo, aún me quedan unos cuantos por visitar y espero que mi vida dé de sí lo suficiente para recorrer todos los países en los que no he estado y para escribir todos los libros que cerrarán esa cadena de anillos eslabonados que es mi obra literaria. Tengo tarea, y yo creo que cuando tienes algo que hacer, no te mueres y cuando no tienes nada que hacer es cuando te mueres. Por eso creo que la jubilación tendría que estar prohibida.

Pregunta.- ¿Cómo le gustaría que le recordaran?

Respuesta.- Ya a mi edad, y no solo a mi edad, muchas veces me he planteado cómo va a ser mi epitafio. Tengo varios. Uno de ellos dice: «Na de na». Otro, que es una paráfrasis del epitafio de una matrona romana dice: «Guardó su casa e hiló», y yo había pensado decir: «Cuidó de los suyos y escribió». Y uno que me gusta mucho, que es cervantino dice: «Fuese y no hubo nada». En mi estudio de Castilfrío, donde escribo, tengo delante un ataúd, bonito, de madera de pino, de película del oeste, recogido en un pueblo abandonado de la provincia de Soria. He metido dentro de él todos mis libros, polvo en el polvo, y fuera de él, en la tapa, todos los premios que he ido recibiendo a lo largo de la vida. Más polvo en el polvo. Yo me autodefino, como Baroja, hombre humilde y errante, viajero y escritor. No hay más.

Pregunta.- ¿Le queda algo por hacer a Sánchez Dragó?

Respuesta.- He subido en globo y todas esas cosas las he hecho. En cambio, mi obra literaria es una cadena de anillos eslabonados, en la que todos los anillos salen del anterior. En esa cadena faltan todavía bastantes anillos y, además, pretendo irme del globo terráqueo habiéndolo visto todo y, aunque he visitado 100 países a fondo, aún me quedan unos cuantos por visitar y espero que mi vida dé de sí lo suficiente para recorrer todos los países en los que no he estado y para escribir todos los libros que cerrarán esa cadena de anillos eslabonados que es mi obra literaria. Tengo tarea, y yo creo que cuando tienes algo que hacer, no te mueres y cuando no tienes nada que hacer es cuando te mueres. Por eso creo que la jubilación tendría que estar prohibida.

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