Aunque la caduca vanguardia siga liderando el discurso artístico, afortunadamente existen poderosas excepcionalidades que confirman y mantienen la esperanza de que la pintura “de verdad” continua viva. Es el caso de Ricardo Sanz (San Sebastián 1957), con gran prestigio en ciertos ámbitos por su labor de retratista de la familia real, la cultura, política y aristocracia, pero que salta a la palestra mediática por su lienzo “Madre de los Infantes”. Una obra de un género obsoleto –salvo en el puntual ámbito cofrade– y con tintes casi políticamente incorrectos en estos convulsos tiempos que vivimos. Sanz deslumbraba al público con una monumental Inmaculada que emergía como patrona –y por tanto protectora– de la Infantería, tan impregnada de emoción y sentimientos, que cautivó e impactó como nunca había ocurrido en el país con una obra religiosa contemporánea. Aún siendo extremadamente fiel a la iconografía barroca más clásica, insuflaba a la ya conocida como “La Inmaculada de la Infantería” un aire moderno que no dejó a nadie indiferente.