La guerra se había reanudado a la muerte de Francisco I, aquel de Pavía, en manos de su hijo Enrique. Motivos tenía, pues recordemos que estuvo prisionero en España como prenda de la paz que su padre no tuvo a bien honrar, durante cuatro largos años. Sin embargo, el final del reinado del emperador Carlos no había sido propicio en la lucha contra los galos, que habían resistido en el sitio de Metz (1552) y derrotado al envejecido emperador en Monza (1554). El testigo pasó luego al joven Felipe, coronado como rey de la mitad de sus dominios. Entretanto, el Papa abrió la puerta para una nueva intervención francesa en Italia, que no obtuvo el fruto deseado, mientras el joven monarca congregaba un poderoso ejército (que alcanzó los 50.000 o 60.000 hombres) para contraatacar desde Flandes. La ambición no era poca, pues los comandantes del habsburgo se propusieron tomar París, concentrándose primero en batir a los ejércitos galos cerca de la frontera.